La pasada versión del Carnaval de Negros y Blancos en Pasto, dejó varios puntos de reflexión

Si bien nuestras máximas fiestas son patrimonio inmaterial de la humanidad, declarado por la Unesco, por la originalidad de su expresión artística, cultural, musical y social, con características únicas y un renombre que supera barreras geográficas e idiomáticas, siendo un atractivo para personas de todas las edades y continentes, como un referente y esencia del espíritu alegre y cortés del nariñense; hay un tema que preocupa no solo a la población local sino a las autoridades y expertos en conservación y medio ambiente.

 El uso desmedido de talco, se ha vuelto tema de controversia en la comarca, si bien uno de los componentes históricos del juego, desde su génesis es precisamente este elemento mineral, la forma como ha ido involucionando es preocupante, del juego caricia y de la pintica, se ha pasado a la agresión disfrazada de fiesta.

Una de las riquezas de nuestro carnaval era precisamente el respeto por el otro, el compartir sin distingos de raza, credo, condición social o cualquier otro invento humano para clasificar a las personas en grupos determinados; hace décadas el forastero era bienvenido y los locales fungían de excelentes anfitriones; hoy el panorama es diferente, falta pedagogía para el turista, para que evite “jugar” de manera desmedida, además de una buena dosis de cultura ciudadana para nuestros paisanos.

Toneladas de este polvo blanco sacado de minas de piedra caliza, se depositan posteriormente en nuestras calles y aceras, dejando un rastro de contaminación evidente, que no solo afecta a quienes participaron del jolgorio, en medio de los desfiles y los tablados, sino también de las personas que pasadas las fiestas retornan a la normalidad de sus trabajos.

El polvillo presente en el aire, es causante de fuertes cuadros gripales, afecciones pulmonares en población vulnerable, lesiones oculares que requieren atención médica y, por si fuera poco, es un elemento que no se puede quitar con agua, a pesar que muchos comerciantes hacen un derroche del vital líquido para limpiar las fachadas de sus negocios.

La mezcla entre el mineral y el agua va a parar al sistema de alcantarillado, formando una pasta similar al cemento, lo cual evidentemente obstaculiza el tratamiento de aguas residuales, sometiendo a la ciudad a riesgos de inundaciones en las partes bajas, si se presentaran lluvias así sean moderadas.

Otros seres vivos que no tienen la forma de expresarse, sufren también las consecuencias de la exageración humana, las plantas y los animales, sin dolientes resultan seriamente afectados en días de carnaval; como sociedad estamos llamados a repensar nuestras propias manifestaciones culturales; pues no todo vale en nombre del patrimonio; existen ciertos límites dentro de una sociedad medianamente civilizada; para que continúe siendo lo que es, un orgullo para los nariñenses y no se convierta en un dolor de cabeza para los entes de salud, que a estas alturas del mes de enero, se ven atiborrados de pacientes, buscando ser atendidos por afecciones respiratorias.

Capítulo aparte viven los admirables operadores de aseo, conocidos como “escobitas”, ellos en cada jornada se esfuerzan por limpiar el desastre que otros han hecho en medio de la celebración, pero su capacidad es limitada y ya en las postrimerías del primer mes del año, la capital del departamento todavía exhibe las huellas del talco que pareciera resistirse ante los intentos y el esfuerzo de estas personas humildes que desde la madrugada luchan por devolverle la cara amable a este rincón sur de la patria.

Seguramente, habrá quien defienda la tradición y la declaratoria a ultranza por ello, el debate y la responsabilidad que les asiste a las autoridades están sobre la mesa, para analizar los pros y los contras que esta práctica le ha traído a nuestro Carnaval de Negros y Blancos.

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