- Foto: Ejército de Colombia
La triste noticia del asesinato de los militares pasó casi desapercibida por la euforia que el fin de semana se desató gracias al buen desempeño del combinado patrio en la Copa América; en tanto los aficionados al balompié esperaban el momento de la gran final, en el sur de Colombia, un componente del Ejercito era atacado con armas no convencionales.
Según la fuente oficial, el hecho se atribuye a las disidencias de las antiguas Farc, que operan en la cordillera nariñense. Esta vez el hostigamiento a los soldados se dio en el sector conocido como Canoas, jurisdicción del municipio de Policarpa, dejando como saldo dos uniformados fallecidos.
El ataque ocurrió en horas de la madrugada del domingo, cuando un grupo de soldados que prestaban seguridad en la zona, fueron objeto de la arremetida guerrillera con ráfagas de fusil y explosivos tipo tatucos.
Las víctimas mortales fueron identificadas como los soldados profesionales Clever Manchabajoy y Jhon Freddy Fernández, con más de 10 años en la institución castrense, cuya muerte se registró muy someramente por algunos medios de comunicación nacional; siendo más notoria en Nariño y en la costa norte del país de donde procedía Fernández Ospino.
El pronunciamiento desde el alto gobierno, no pasó de lamentar el hecho y anunciar medidas que hasta la fecha parecen insuficientes, pues el suroccidente se ha convertido en escenario de violencia desmedida en el último año; basta con recordar el ataque con drones en Jamundí, los hostigamientos en Cauca, la moto bomba en el corregimiento de Remolino, en Nariño y el desplazamiento de cientos de familias en zona costera.
Lo cierto es que no hay tregua y la población civil es la más afectada por la situación, incluso la ONU, pidió al gobierno nacional mayor presencia en los territorios, para evitar que las comunidades sean caldo de cultivo para el reclutamiento forzado, trabajos ilegales, amenazas y asesinatos.
Quizá la muerte de los militares evidencia dos cosas:
1) No hay una reacción adecuada por parte del ejecutivo para frenar la ola de violencia; incluso el padre de uno de los soldados muertos denunció que, presuntamente no se les permite a las unidades atacar a los grupos al margen de la ley.
2) Desde el interior del país se está normalizando la situación, pues no hay el cubrimiento necesario de lo que realmente está ocurriendo en Cauca, Valle y Nariño, desde hace más de un año; pareciera que ya no es noticia el conflicto en esta zona.
A quien le duele la muerte de nuestros soldados y policías no es al que desde un sillón cómodamente ordena o escribe, sino a sus familiares, a sus amigos y a un puñado de colombianos, que al margen de la alegría que produce el deporte no dejan de reseñar lo que ocurre en las regiones apartadas de nuestra ensangrentada patria.