Hay cosas en el universo, en la creación, que están estrechamente relacionadas y que no existen la una sin la otra, por ejemplo, el sol a la luz, el movimiento a la fuerza, la voluntad al cambio, es decir, son parte fundamental de la existencia.
En ese mismo sentido y adentrándonos en el campo espiritual la misión y la fe, existen gracias a esa relación estrecha e inseparable de la una con la otra, podríamos decir sin lugar a equívocos que no existe la misión si no hay fe, y no hay fe si tampoco existe un propósito; la fe no es una manifestación interior que se queda encerrada en una jaula de cristal, solo para ser contemplada y jamás compartida.
En alguna ocasión el Papa Francisco, claramente decía que, “Una fe sin obras, es una fe muerta”, concepto que refuerza cada día con mensajes como “Id, que la gente vea cómo vivís”, es un compromiso para crecer juntos, para compartir con quienes nos rodean, la fe es comunitaria porque además de ser libre es digna de proclamarse; aunque en ese sentido hay que ser prudentes de no caer en el fanatismo como si se tratara de un partido de fútbol en el que en ocasiones se pierde la noción de la realidad por el deseo de ganar.
Para proclamar la fe es necesario estar dispuestos a la acción del Espíritu Santo, en nosotros y en los demás, no debe existir en esa lógica un afán de protagonismo que, además es dañino; por el contrario, es ser dóciles a la voluntad del Padre, para que los más próximos vean en nuestro actuar un asomo de su amor y misericordia.
La pregunta del millón sería: ¿Cómo puede ocurrir esto?, Es el servicio la mejor herramienta para multiplicar la fe, es un modo de vida que requiere la mayor seriedad, disciplina y entrega, no debe bajo ninguna circunstancia ser intermitente como quien se deja llevar al vaivén de las olas, hoy si…mañana talvez y pasado no. La vida del cristiano, es un luchar permanente, de principio a fin, cada día y todos los días.
El Señor, nos ha confiado un tesoro en la misión y la fe, por tanto, no debemos tratar de imponerlo a la fuerza, como si fuese una competencia en el que sumar vale como sea, ese no es el sentido, no es peleando e irrespetando al otro por sus creencias como vamos a despertar en Él o en Ella, la inquietud de conocer a Jesús, ese tesoro debe ser compartido con humildad, humanidad y amor; es más bien ofrecerlo con absoluta certeza y libertad a través de nuestro testimonio de vida.
Que aquél que este cerca se pregunte: ‘¿Por qué vives así?”, y es allí cuando hay esa curiosidad y ese corazón dispuesto el momento preciso donde podemos ser instrumentos de Dios, y anunciar la buena nueva.
Que la fe nos mueva a hacer obras y que las obras fructifiquen en la fe.