Hace dos días una afamada presentadora de televisión al despedir una emisión de noticias decía: “Feliz fin de semana, esta vez un poco más largo”, cerrando su frase con una sonrisa, quizá de felicidad o de ironía, no lo sabemos. Lo cierto es que una simple frase y su contexto pueden indicarnos mucho de la intencionalidad o la profundidad de la misma.
“Un fin de semana más largo”, ¿será que la Semana Santa, se ha convertido en los últimos años solo en eso?, ese es un interrogante que podríamos resolver de manera individual respondiendo desde nuestro corazón, o de manera colectiva siendo buenos observadores del entorno; la cotidianidad de la vida cada vez más acelerada no deja tiempo para reflexionar y por ello una frase puede pasar desapercibida.
Usualmente un fin de semana ordinario lo dedicamos a pasear, jugar, descansar, alejarnos de la rutina y dormir; por supuesto, estas actividades son necesarias y no encierran en sí mismo algo negativo, el descanso y el tiempo en familia es necesario en medio de tanto ajetreo.
Pero resulta que esta es una época especial en el que además del compartir con nuestros seres queridos debemos hacer una pausa en el camino, es tomarnos un tiempo para auto examinarnos, para evaluar qué estamos haciendo y cómo lo estamos haciendo.
Esta pausa tiene un objetivo y es fortalecer lo que está bien, pero sobre todo cambiar lo que nos afecta como personas y como sociedad, en ese proceso de transformación no podemos estar solos ni descartar a Dios, es preciso contar con Él, para avanzar.
Triste es la realidad de quien cree que la Semana Mayor es para fiestas, vacaciones, relajo y desorden, simple y sencillamente porque están desperdiciando una oportunidad maravillosa para hablar con Dios, reconciliarse con Él, y despojarse de todas las cosas que le hacen daño al ser humano.
No se trata de señalar con el dedo y acusar, es más bien de reflexionar el por qué hoy la gente suele lamentarse que no le va bien, que sus proyectos se caen y la vida parece ir patas arriba; hemos sacado a Dios, de nuestros planes y es ahí donde radica el problema.
Nuestro criterio por si solo es frágil, somos humanos y por tanto nuestra voluntad puede flaquear según las circunstancias, no sabemos que nos espera mañana y eso suele angustiar a muchos. Pero si hacemos esa pausa tan necesaria, no solo en Semana Santa, sino en nuestra vida cotidiana el panorama será diferente.
Con Dios, presente dejaremos de pensar en el “yo”, para empezar a pensar en el Nosotros, es decir en comunidad, en unión con quien está a mi lado; no significa que debamos pensar igual, actuar de la misma forma y creer en lo mismo; no se trata de imponer sino de construir juntos. En medio de la diferencia sabiéndonos hijos de un mismo Padre, podemos ser solidarios y propositivos.
Invitemos con el ejemplo a orar, a meditar, a guardar silencio y a encontrarnos con ese ser superior que nos ama y siempre quiere el bien, dediquemos esta semana a cambiar todo aquello que nos encadena al pecado y entorpece nuestro transitar por la vida; ayudemos a otros a comprender que venimos a servir y no a ser servidos.