Para entender esta tradición católica, debemos remontarnos a la historia del pueblo judío, que tenía por costumbre mostrar arrepentimiento por las faltas graves cometidas, echándose ceniza en la cabeza, vistiendo prendas muy sencillas y haciendo oración para encontrar de nuevo la gracia de Dios.

En los primeros siglos del cristianismo, esa forma de arrepentimiento se fue adaptando como un tiempo penitencial, de arrepentimiento y preparación, lo que hoy conocemos como cuaresma, es un tiempo de retiro, de oración y reflexión para entender nuestra misión en este mundo, tal y como lo hizo Jesús, antes de iniciar su vida pública y su predicación, ese periodo debe conducirnos a un buen examen de conciencia y a meditar la pasión del Señor, como un dolor que compartimos por las ofensas que como personas y como pueblo podemos cometer en contra de nuestros hermanos y en contra de Dios.

Pero ese no es el final, así como pasamos por la cruz, debemos tener en cuenta que el propósito de Dios, para sus hijos es la Vida Eterna; con la Resurrección, se cumple la promesa de salvación y la gloria que, en Cristo, vivirá todo aquel que cree.

La ceniza es un signo de penitencia, de reconocernos pecadores, de estar arrepentidos, con ella también manifestamos nuestro origen, “polvo eres y en polvo te convertirás”, venimos de Dios, y a Él, debemos retornar. Por tanto, nuestro caminar por el mundo es pasajero, es apenas un suspiro en la inmensidad de la creación, lo que hagamos en ese cortísimo tiempo nos definirá como hermanos y como iglesia.

Con la señal de la cruz sobre la frente, hay también un deseo de transformación profunda y de fortalecimiento continuo de la fe, “Conviértete y cree en el evangelio”, otra de las frases que el sacerdote dice a sus feligreses en el momento de la imposición, premisa que encierra en pocas palabras una tarea monumental, pues la conversión es un proceso que dura toda la vida y que no se puede descuidar, así como la oración y la fe, que deben cultivarse a diario para no decaer.

Como humanos somos frágiles, tendemos por lo general a lo más fácil, al poco sacrificio y a la comodidad, por ello es muy importante ser constantes en esa comunicación con Dios, que implica, además, momentos de silencio, de escucha y de retiro de las actividades cotidianas.

El ayuno en miércoles de ceniza, es un desprendimiento de lo material para compartir aquello que nos privamos con los más necesitados, cultivando así, bienes espirituales; esa comunión con Cristo, es la que nos permitirá más adelante gozar de su reino.

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