Que hermoso sería que a pesar de las circunstancias pudiésemos mirar y amar a nuestros semejantes como verdaderos hermanos, para la gran mayoría parece un tema salido de la realidad, en un mundo tan convulsionado como el nuestro, donde la individualidad y el interés propio parece imponerse sobre lo colectivo.
Y es que quizá la globalización, las nuevas formas de comunicación que están a nuestro alcance han logrado relaciones paradójicas, por un lado, los que están lejos de nuestro entorno pueden acercarse a nosotros, compartir, dialogar y abrazar así sea virtualmente a sus familiares y amigos.
Por otro lado, ocurre lo contrario con quienes comparten a diario nuestros espacios, la tecnología ha hecho que la familia se divida, que la cena en torno a la meza haya pasado a la historia en muchos hogares, pues la cantidad de dispositivos e información han creado islas en casa.
Por eso cobra importancia el hacer un buen uso de las nuevas tecnologías para aprovecharlas al máximo, sin caer en el exceso; volvernos a integrar como familia es clave para encontrar también la forma de fortalecer los lazos con nuestros hermanos, una tarea que bien dice el Papa Francisco, no es nada fácil.
Hace 2000 años, el hombre de Nazaret, nos dejó un nuevo mandamiento, cuyo eje es el amor, no dijo que debemos ser idénticos, ni que amaramos únicamente a los amigos y conocidos, sino unos a otros, es decir, a todos en medio de la diferencia, que cada uno se haga hermano y siervo a la vez.
Es clave entonces el seguimiento fiel a Cristo, pedir al Espíritu Santo, la paciencia, prudencia y sabiduría para enseñar, pero también para aprender y comprender. “Si existe una actitud que nunca es fácil, no se da por descontado tampoco para una comunidad cristiana, es precisamente la de saberse amar, de quererse en el ejemplo del Señor y con su gracia. A veces los contrastes, el orgullo, las envidias, las divisiones dejan la marca también en el rostro bello de la Iglesia. Una comunidad de cristianos debería vivir en la caridad de Cristo, y sin embargo es precisamente allí que el maligno “mete la pata” y nosotros a veces nos dejamos engañar. Cuántas personas se han alejado, por ejemplo de alguna parroquia o comunidad por el ambiente de chismorreos, de celos, de envidias que han encontrado ahí. También para un cristiano saber amar no es nunca un dato adquirido una vez para siempre; cada día se debe empezar de nuevo” – Ha dicho el obispo de Roma.

El mundo sería diferente si miráramos al prójimo con amor cristiano, el sufrimiento podría llevarse incluso con alegría si nos sabemos acompañados y amados, porque caminamos juntos comprendiendo que somos débiles y nos necesitamos para no caer, conviene estirar la mano para ser apoyo y guía pero a su vez para dejarnos sostener por quienes van abriendo camino. Es una relación de verdadera fraternidad universal que anula el egoísmo, el egocentrismo y la ley del más fuerte.
Para el Señor, es más valioso el que sufre, el que llora y el que se arrepiente, que el hombre que acumula tesoros terrenales, que podrían llevarlo por la senda equivocada, sin embargo, su amor y misericordia, se manifiestan bellamente en la parábola del Buen Pastor, que sale en busca de su oveja perdida; es tanto su amor que deja seguras a las 99 y emprende camino llamando a la que le falta, aún a costa de su propia vida.
Por eso debemos entender que estamos llamados a desgastar nuestra vida en favor del servicio desinteresado por los demás; y no solo es tarea de monjas y sacerdotes, el “amaos los unos a los otros” es un llamado personal a cada cristiano, pero no para que se quede concentrado en un lugar, sino para compartir siempre, para amar sin medida, desde el papel que cada uno tenga, desde la realidad que deba afrontar, siempre se debe tener el corazón dispuesto incluso para agradecer por las cosas que no comprendemos y que duelen, porque en el amor de Dios, seguro nos transforma y libera para que podamos ser uno en Él y con Él.
Amar no es fácil, menos a quien nos ha hecho daño, pero es una tarea que se puede cumplir con oración y constancia, ofreciendo al Señor, las dificultades para que sea quien nos guarde en la batalla y nos fortalezca como hermanos, como iglesia, solo así podremos ver los frutos de nuestra fe.

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